"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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15-09-2017 |
La parte del sueño
Por Miguel Amorós
Los conflictos entre los individuos y los variados condicionantes, valores y normas de la autoridad indeseable, han quedado relegados a la inconsciencia. El sueño es el puente entre ese inconsciente alterado por factores reprimidos y la conciencia razonadora.
És quan dormo que hi veig clar
Josep Vicenç Foix
El capitalismo no solamente ha proletarizado al mundo: lo ha neurotizado. Según las estadísticas, uno de cada cuatro habitantes padecerá una enfermedad mental a lo largo de su vida. La proporción es mayor si tenemos en cuenta el grado de neurosis considerado normal por los médicos del aparato sanitario. Ya son 450 millones los enfermos contabilizados. Eso incluye a la clase dirigente, esa parte de la población particularmente propensa al delirio: no olvidemos que en gran parte estamos gobernados por enfermos. La depresión lleva el camino de ser la primera causa de enfermedad en el mundo “desarrollado”, o sea, mercantilizado, acompañada de otros trastornos psíquicos como la ansiedad, el pánico o la histeria. No hace falta ser un lince para concluir que la neurosis constituye la condición habitual de la gente inmersa en un régimen capitalista; es más, podría decirse que la organización económica, política y social se ha desarrollado gracias a ella. Es la consecuencia directa de a lo que Hegel se refería con “ponerse fuera de sí”, es decir, de la alienación. Esa pérdida de control por parte de los individuos del producto y resultado de su actividad, esa negación de la vida manifestada en forma espectáculo.
Los desórdenes psíquicos causados por la frustración personal, la represión del deseo, el vacío interior, etc., conducen a crisis emocionales generalizadas: todas las actividades sociales y políticas llevan su impronta. Una sociedad competitiva tan contraria a la vida no sería viable sin una sofisticada maquinaria de seducción, moralidad y represión psíquica, capaz de mandar directamente al inconsciente todo impulso vital, toda voluntad y todo deseo, recreando situaciones compensatorias eficaces, principalmente escapismos consumistas, de forma a que un público, básicamente neurótico, siga contribuyendo al funcionamiento de los engranajes de la economía y la política. A un lado la conciencia sumisa, al otro, el inconsciente repleto de material explosivo. El espectáculo técnicamente asistido guarda el polvorín, pero no puede hacer nada con los sueños. Parafraseando a Freud, diremos que los sueños son la autopista que comunica una parte con la otra.
El sueño es una autorrepresentación espontánea, expresándose mediante imágenes, alegorías y símbolos, de los contenidos inconscientes. A través de ellos se exterioriza nuestra zona obscura y trata de defenderse contra las perturbaciones ocasionadas por la forma de vivir alienada. Sus imágenes simbólicas intentan resistir a la represión de instintos, sentimientos, emociones e ideas; son como instrumentos de una autorregulación anímica que no tiene fuerza suficiente para producirse en la conciencia. En ese sentido son protestas de una realidad reprimida que intenta afirmarse soñando. La libertad, el equilibrio natural y el deseo primero se sueñan. El sueño trata de devolverles a la conciencia, a “la vanguardia de nuestro ser psíquico” (Jung), que es donde deben estar.
Por ahora, el malestar interior surge en el plano social en forma de trastornos mentales, individuales y colectivos. Las contradicciones del miedo, la soledad o la vida privada encuentran solución en forma de obsesiones personales, desdoblamientos esquizoides y manifestaciones colectivas aberrantes como por ejemplo el entusiasmo electoral, las movilizaciones seudoidentitarias, la venta masiva de saldos, las macrofiestas, los botellones, los eventos musicales, las competiciones deportivas, etc, cuya función no es otra que la de canalizar las energías reprimidas que pugnan por volver desde la región oculta para vengarse de una vida infeliz y deteriorada. Cuando dejan de cumplirla sobrevienen los suicidios y las masacres. El sueño es la manifestación involuntariamente poética de esa turbulencia “allá donde la vigilia acaba” (Rilke). Pero la poesía no es más que la formulación artística y prelógica de la teoría revolucionaria. Paralelamente, el delirio criminal nihilista define de la contrarrevolución presente.
Los conflictos entre los individuos y los variados condicionantes, valores y normas de la autoridad indeseable, han quedado relegados a la inconsciencia. El sueño es el puente entre ese inconsciente alterado por factores reprimidos y la conciencia razonadora. Como parte de la realidad material, no puede obviarse; bien al contrario, el material conflictivo ha de ser devuelto a la conciencia y encaminado hacia una solución liberadora. Esa es tarea de los revolucionarios, y por eso afirmamos seriamente que el revolucionario es un descifrador, un vidente como dijo Rimbaud de los poetas, un ser capacitado para hacer conscientes los deseos encadenados y restablecer así la armonía mental perturbada de las masas esclavas de la economía y del progreso tecnológico. De alguna forma la revolución es una terapia. No sólo consiste en la resolución de conflictos externos, sociales, entre el poder separado y los individuos desposeídos: es también una liberación de conflictos interiores acarreados por los choques entre la moral dominante y las reglas impuestas autoritariamente con las ansias, anhelos e impulsos individuales. Ante todo, la revolución implica acabar con el divorcio entre el sueño y la acción consciente, poner fin a la escisión destructora entre la conciencia y el inconsciente, las dos mitades de nuestro ser espiritual.
Miguel Amorós , para “Drosera”, hoja surrealista.
Artículo tomado de:
http://www.semanario-alternativas.info/
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